sábado, 24 de septiembre de 2011

yaguarete de la aguada

Yaguarete de la aguada, pertenece a una de las culturas más antiguas de la Argentina. Tapiz de Bordo. realizado por Norma Piazza. Artista del Bicentenario

domingo, 18 de septiembre de 2011

Las dos vidas de Henrieta-

Toda historia tiene un comienzo. Ésta tiene dos.
El primero arranca con el llanto de un bebé llamado Henrietta el 1 de agosto de 1920 en Roanoke, Virginia (EEUU). Por uno de esos tortuosos vericuetos que siguen las cosas, la peripecia de esa niña iba a ser la de un exultante triunfo sobre la enfermedad de millones de personas a costa de un amargo sacrificio involuntario.
Un relato de luces y sombras donde las categorías éticas se confunden; una singular paradoja por la que una mujer cuya contribución fue decisiva para el progreso de la medicina jamás recibirá el premio Nobel.
El segundo comienzo se sitúa 31 años más tarde, en el hospital Johns Hopkins de Baltimore, donde un joven residente de ginecología entregaba una muestra de tejido humano a George Gey, un investigador obsesionado con el objetivo de arrancarle a la naturaleza una cura contra el cáncer que él imaginaba agazapada en algún rincón de las células malignas a las que mimaba en su laboratorio.
El protagonista de este segundo capítulo no iba a ser el médico, ni Gey, sino el tercer personaje en escena: el silencioso tejido guardado en el envase. No parece probable que George y Henrietta llegasen a conocerse personalmente. No frecuentaban los mismos círculos. Él era un científico blanco en un hospital de prestigio, donde fundó con la ayuda de su mujer el Laboratorio de Cultivos Celulares. Ella fue una niña negra del viejo sur confederado, criada en los mismos campos de tabaco que sus antepasados habían labrado en régimen de esclavitud.
Tras la abolición, familias como la suya heredaron dos bienes: un retazo de tierra al que arrancarle el fruto de su libertad y un apellido, el de su antiguo amo, que les enganchaba al censo como americanos de pleno derecho.
Una historia de tantas
Henrietta tuvo tantos hermanos que ni en el censo salen las cuentas. Puede ser que su madre muriera de parto y que su padre, casi cincuentón, tomara por nueva esposa a una niña que balbuceaba su primera adolescencia.
Las células HeLa fueron cobayas en los primeros vuelos espaciales
Al llegarle la edad, Henrietta se casó con David Lacks, un chico de Clover, Virginia. Vinieron cinco hijos y la necesidad de que los brazos de David exprimieran algo más que el escaso jugo de la tierra. El futuro estaba en la industria de Baltimore, y la familia se trasladó a Turners Station, una comunidad afroamericana, como llaman ahora a los guetos.
Atrás quedaba un pedazo de tierra al que volver en Lackstown, la heredad de Virginia, y delante se abría el futuro próspero de los astilleros de Sparrow's Point, donde los Lacks conquistaron una magra prosperidad con la que reclamar su estrella en la bandera. Todo estaba bien. Hasta que dejó de estarlo. Una mañana, Henrietta despertó del sueño americano con una mancha de sangre en su ropa interior.
El 1 de febrero de 1951, ingresó en el ala para negros del Johns Hopkins y unos días más tarde, le diagnosticaron un cáncer de cuello de útero. El tumor era tan maligno que su progreso les cortaba a los médicos la respiración y a Henrietta, la vida en ocho meses. Con 31 años de edad y cinco hijos, tres de ellos aún con pañales, Henrietta moría en el hospital el 4 de octubre.
Ese mismo día, un triunfal George Gey saludaba a la nación desde una emisora de televisión anunciando que al fin, después de tres décadas de trabajo, había logrado sitiar y encarcelar a su enemigo acérrimo: el cáncer.
Por primera vez en la historia, se había conseguido mantener en cultivo continuo un tejido tumoral humano, la primera línea celular inmortal. Blandiendo un vial de sus células ante la cámara, Gey pronunció el nombre con el que había bautizado a su diminuta bestia: células HeLa. Veinte años después, los nombres HeLa y Henrietta Lacks volvieron a unirse. Fue en un artículo aparecido en 1971, donde se revelaba el origen de las células junto a una fotografía de su fuente humana. Desde entonces, los científicos que cultivaban el legado biológico de Henrietta pudieron poner cara a sus células. Pero los Lacks continuaban ajenos a ello.
La historia de Henrietta ha sido extensamente estudiada por la escritora estadounidense Rebecca Skloot, que publicará el próximo año un libro titulado La vida inmortal de Henrietta Lacks. "Escuché por primera vez hablar de Henrietta y las células HeLa cuando tenía 16 años, en una charla sobre biología. Quedé obsesionada con esta historia y no he parado desde entonces", explica Skloot.